Algo tan sencillo como elegir un sofá, a Steve Jobs le llevó casi una década. Prefería estar sentado en el suelo. Y es que desde niños nos instan a convertir nuestros defectos en virtudes, esa emoción pasional en ímpetu profesional. A la inversa, toda virtud en exceso es un defecto reconocido. Steve Jobs tardó en entenderlo.
Conocido por su estudio minucioso por los detalles, durante años cultivó esta virtud hasta casi transformarlo en una argolla profesional. Esta naturaleza está ampliamente documentada por quien mejor llegó a conocerle, Laurene Powell Jobs, quien estuvo casada con él durante 20 años. Eso sí, no parece que siempre fue fácil de llevar.
Steve Jobs y su infancia exigente
Para entender lo que vendría después es conveniente remontarse al génesis, a la primera infancia de Jobs. Él era hijo biológico de la profesora Joanne Schieble y su asistente Abdulfattah Jandali. Se conocieron en la Universidad de Wisconsin y, cuando Joanne quedó embarazada, no vieron otra salida que dar al niño en adopción. Paul y Clara Jobs llevaban más de una década buscando tener un bebé. Un bebé que acabaría llamándose Steven Paul.
Dicen los relatos de la época que Jobs era un niño inquieto, ingobernable. Su padre, sin embargo, era estricto y creía en el orden por encima de todo. "Le encantaba hacer las cosas bien", recuerda Robin Stevenson a propósito de esa obsesión por los detalles de Paul. Él fue quien le brindó a Jobs la oportunidad de tener su propia mesa de trabajo, siempre y cuando la mantuviese ordenada.
Sirva este ejemplo extraído de sus propias memorias: cuando Steve contaba con apenas seis años, su padre comenzó a construir una cerca alrededor del patio trasero de casa. "Tenemos que conseguir que la parte posterior de la cerca sea tan bonita como la frontal". A lo que Steve respondió, "¿por qué? Nadie lo sabrá nunca". Su padre dijo "tú lo sabrás". Después llegarían las malas influencias, los días de abuso y discusiones. Hasta que, finalmente, encontró su lugar en el mundo.
Ocho años en elegir un sofá
Algo tan simple como elegir un sofá. Si alguna vez te has visto en unos grandes almacenes intentando dirimir cuál es que mejor encaja en tu salón, ya sabes de qué hablamos. Pero para Steve todo eran decisiones vitales, porque hablan de ti, forman parte de un todo. Por ejemplo, decidir qué tono de gris usarían los letreros de los baños dentro de las tiendas minoristas de Apple podría ser una elección de cinco minutos para cualquier director. A Jobs, según el biógrafo Walter Isaacson, le llevó más de treinta minutos.
La periodista Kara Swisher constató que, en muchas de las entrevistas a Jobs, siempre aparecía entrevistado de pie o apoyado sobre mesas. No eran una postura caprichosa, atendían a una realidad: en su casa no tenía ni un solo sofá. Laurene Powell, viuda de Jobs, recuerda así la batalla dentro del matrimonio por elegir sofá:
"La gente se burlaba de nosotros porque en nuestra casa no podíamos ponernos de acuerdo en elegir un sofá o sillas. Durante muchos, muchos años no tuvimos ninguno de los dos, principalmente porque había muchos detalles en los que teníamos que estar de acuerdo. Y finalmente lo hicimos, pero creo que tomó unos ocho años".
Estas obsesiones crecieron en densidad y forma, llegando a anécdotas populares como, según relata The Atlantic, estar en mitad de una entrevista de trabajo y decir "el piano de la sala necesita ser recolocado". Pero más allá de esto, parece que Steve y Laurene fueron tal para cual durante su matrimonio.
Tres décadas después de aquella anécdota, Steve Jobs la repitió como una rima perversa: desarrollando la placa de circuitería del primer Mac, Jobs le indicó al ingeniero "quiero que sea lo más hermoso posible, incluso si está dentro de la caja". El diseñador le espetó que "lo único que importa es que funciona. Nadie mira la placa de un PC". Jobs, invocando a su propio padre adoptivo, resolvió: "un gran carpintero no usará una madera pésima para la parte posterior de un gabinete, aunque nadie lo vaya a ver".
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