Continuamos con nuestros repaso a las anécdotas del cofundador de Apple que iniciamos la semana pasada con motivo del primer aniversario de su muerte. Hemos hablado del poder de los zumos orgánicos, el interés de Steve Jobs en la opinión de un niño de 9 años, el precio de los Macs en 1985 y los paralelismos entre Jobs y el fundador de Polaroid, pero apenas si hemos arañado la superficie. Comencemos con este extracto de Wired para ponernos en situación…
Jobs se ha unido al panteón de los grandes, de quienes hicieron avanzar la ciencia, la industria y la mismísima sociedad, un Tesla de nuestros días solo que apreciado en vida. Es nuestro Thomas Edison o Henry Ford, uno de esos raros individuos que no solo tiene una visión, sino que también cuentan con la voluntad y la fuerza de personalidad para llevarlo a cabo a través del mayor triunfo cultural de los EE.UU.: las corporaciones.
Y con sus corporaciones, Steve Jobs no se limitó a sacudir diferentes industrias, sino que fundamentalmente las traumatizó. Comenzó con la computación, continuó con las películas [de animación 3D], la música y finalmente las telecomunicaciones. Incluso si lo encuentras moralmente repugnante o prefieres los productos de sus competidores, habría que ser un necio para argumentar en contra de su influencia y valor.
Escondiendo los Porsches antes de una reunión. La primera fotografía con la que abrimos esta segunda parte se corresponde con la comida de negocios que Jobs organizó en 1986 con la directiva de NeXT y el multimillonario Ross Perot en el lugar donde se construiría la fábrica de la compañía. Su intención era convencerle de que invirtiese 20 millones de dólares y pasase a ocupar un puesto en el consejo de administración, pero primero había que hacer un pequeño cambio de aparcamiento.
El ingeniero de software de NeXT Randy Adams había utilizado parte del dinero que había conseguido tras vender su última compañía para compararse un Porsche 911 como el que Jobs acababa de comprar. Para evitar arañarse los deportivos mutuamente, aparcaban ocupando tres plazas de aparcamiento dejando suficiente espacio entre ellos pero un día Jobs corrió al cubículo de Adams para decirle que tenían que mover los coches.
“¿Por qué?”, le dije yo [recuerda Adams]. “Randy, tenemos que esconder los Porsches. Ross Perot está de camino y tiene la intención de invertir en la compañía, pero no queremos que piense que tenemos un montón de dinero.”
Movieron los coches a la parte trasera de las oficinas de NeXT en Palo Alto, California, y Jobs consiguió lo que quería de Perot.
Steve Jobs fue el empleado número 40 de Atari. Fue contratado directamente por Al Alcorn, el ingeniero jefe de la compañía y diseñador de la máquina recreativa de Pong, después de que Steve regresase a la casa de sus padres tras abandonar la universidad.
“Al mirar atrás, es cierto que era inusual contratar a un chico que había dejado los estudios en Reed”, comento Alcorn. “pero vi algo en él. Era muy inteligente y entusiasta, y le encantaba la tecnología”
Pero sus compañeros no estaban tan contentos. “Este tío es un maldito hippy que huele mal. ¿Por qué me hacéis esto?” se quejó uno de ellos. Por aquella época Jobs creía que su dieta vegana evitaba los olores corporales así que no utilizaba desodorante ni se duchaba con regularidad. Nolan Bushnell, el cofundador de la compañía, encontró la solución. “Su olor y su comportamiento no me suponían un problema. Steve era un chico irritable pero me gustaba, así que le pedí que se cambiara al turno de noche para conservarlo.”
“La única razón por la que yo destacaba era que todos los demás eran muy malos”, recordaba Jobs sobre sus compañeros de aquella época.
El otro trabajo digno de mención que Jobs tuvo antes de fundar Apple fue en HP a la temprana edad de 13 años y lo consiguió buscando el número de teléfono de Bill Hewlett, uno de los cofundadores de Hewlett-Packard, en la guía telefónica y llamándolo a su casa.
“Quería construir un frecuencímetro y necesitaba algunos componentes, así que cogí el teléfono y llamé a Bill Hewlett gracias que aparecía en el listín telefónico de Palo Alto. Él contestó el teléfono y fue muy amable. Conversó conmigo unos 20 minutos. Él no me conocía en absoluto, pero terminó dándome algunas piezas y me consiguió un trabajo de verano en la línea de montaje de frecuencímetros de Hewlett-Packard. Mi trabajo se limitaba a colocar tuercas y tornillos pero no me importaba, estaba en el cielo. Recuerdo mi primer día, expresándole mi entusiasmos a uno de los supervisores, un tipo llamado Chris. Le dije que lo que más me gustaba del mundo era la electrónica y cuando le pregunté qué era lo que más le gustaba a él, me miro y dijo: ‘¡Follar!’. [Risas] Aprendí mucho aquel verano.”
El miedo a las marcas es muy anterior al iPhone 5. En Octubre de 2004, Jobs se encontró con un grupo de periodistas en el Stanford Shopping Center de Palo Alto para mostrarles un nuevo tipo de Apple Store, la mitad de grande que las que se estilaban en aquella época (mucho más contenidas que las de ahora). El diseño de la tienda contaba con un techo blanco iluminado por detrás, paredes de acero inoxidable de fabricación japonesa con un sistema de ventilación que imitaba el diseño de los PowerMac G5 y un brillante suelo también de color blanco del “material utilizado en los hangares de aviación”.
Justo antes de correr las cortinas negras que cubrían la entrada de la tienda, Jobs estaba teniendo una crisis negándose a salir y saludar a los periodistas. Sobre el papel, el diseño de la tienda era perfecto, pero en el mundo real las paredes mostraban cada huella de las manos que las habían tocado y el suelo estaba empañado por las marcas negras de las suelas de las pocas personas que estaban preparando la tienda para su inauguración.
Cuando Jobs logró reunir el ánimo para salir, la primera pregunta que uno de estos periodistas le hizo fue si había estado involucrado en todos los aspectos del diseño. Cuando asintió, el periodista le dijo “Es obvio que quien quiera que lo haya diseñado nunca ha tenido que limpiar un suelo en su vida”. Jobs entrecerró los ojos sobre él y entró en la tienda.
Meses más tarde, un ejecutivo de Apple le contó a ese mismo periodista que Jobs había hecho que los diseñadores de la tienda fuesen tras su apertura del sábado para pasar la noche limpiando el suelo de rodillas con las manos. Después de aquello, Apple cambió el suelo por las losas de piedra arenisca de la cantera Il Casone junto a la localidad toscana de Firenzuola que ahora son comunes en la mayoría de sus tiendas.
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