Steve Jobs abandonó Apple en 1985. Fue "invitado a irse", como dice el eufemismo. En ese mismo instante, una empresa vio aquel movimiento como su oportunidad dorada: Bill Gates presentó al mundo la primera versión del sistema operativo Windows. Ambos tenían 30 años en aquel momento.
Pero mientras Apple era una amalgama de ideas sin concluir, víctima de una mala gestión, innovadora y joven pero también corporativamente fallida, Microsoft presumía de un estatus muy prometedor, tras haber vendido DOS a IBM en 1980 y obtener un flujo de capital que los puso en el mapa como futuros líderes.
¿Cómo enfrentarse ante algo así? ¿Cómo dar el volantazo y tomar el control de aquella falta de liderazgo? Fácil: centrándose. Reduciendo catálogo y poniendo los mejores esfuerzos en lo que mejor se le daba a la marca de la manzana mordida. Y si eso implicaba mandar a la basura decenas de proyectos que iban a integrarse en el catálogo, mala suerte. En los 90, el mundo tecnológico progresaba a un ritmo nuevo y descubrir las nuevas necesidades implicaba pensar de nuevas maneras. Es por esta razón que Steve adoptó una fórmula, la regla de 30%.
Qué es la regla del 30% de Steve Jobs
En vez de dar una aburrida explicación, me gustaría que viajáramos a aquel día, al 2 de octubre de 1997, cuando Steve Jobs fue entrevistado para la cadena CNBC:
Examinamos la futura hoja de ruta y lo que encontramos fue que el 30% de ellos eran increíblemente buenos. Y alrededor del 70% eran bastante buenos o eran cosas que realmente no necesitábamos hacer. Negocios en los que realmente no necesitábamos entrar. Por eso, hemos reducido mucho esa contraparte, para poder concentrar, aún más, la misma cantidad de recursos originales en lo que quedaba y agregar algunas cosas nuevas. Entonces, los recursos que estamos invirtiendo son iguales o mayores que los que hemos invertido, pero están en menos cosas, por lo que creo que haremos un mejor trabajo en ellas.
O poner más huevos en menos cestas. O centralizar esfuerzos. Porque ya se sabe, "quien mucha abarca, poco aprieta". Y Steve Jobs tenía una creatividad casi infinita pero los recursos no lo son. La regla del 30%, por tanto, significa priorizar en lo más importante y tener que renunciar y dejar de lado cosas buenas pero no tan buenas. El Apple Car es el vivo ejemplo de esta ideología.
En sociología también se aplica una filosofía similar: las personas no sabemos lo que queremos hasta que alguien nos lo enseña. Es un principio del marketing, pero también de la vida real. Más opciones solo nos producen una mayor confusión ante el abanico de elecciones posibles. Por eso pasamos cada vez más tiempo en los menús de selección de apps como Netflix o Spotify.
Y lo mismo podemos decir a nivel empresarial: no se trata de hacer oídos sordos, pero las empresas no pueden escuchar cualquier apunte que tengan que decir todos los clientes, porque no todos esos consejos aportan positivamente al progreso de la empresa. Porque la regla del 30% no aplica a un único principio, sino que sirve para encontrar la esencia de las cosas, perfilar los puntos fuertes y anticipar las necesidades antes de que se hagan evidentes.
Aunque solo hayan transcendido unos poquitos, por cada producto lanzado, al menos otros dos se han quedado en la mesa de prototipado. Por eso Steve Jobs estaba tan obsesionado con Pablo Picasso y su forma de entender el arte. Porque ser conciso es un arte. El mito de la simplificación y el "menos es más" que, aunque al principio nos pese —siempre duele renunciar a ideas porque implica renunciar a ese tiempo y recursos invertidos—, nos ayuda a progresar en una dirección específica.
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