En 2006 heredé un Dell portátil que me despegó para siempre del ordenador de escritorio que teníamos en casa. Necesitaba un ordenador que llevar conmigo para estudiar en Lisboa y en Manchester, por lo que era evidente que lo más cómodo era un portátil. Desde entonces, no he vuelto a mirar atrás, contemplando con horror las limitaciones de un ordenador anclado a su mesa.
Hasta ahora. Hace poco más de un mes que he vuelto al escritorio de la mano de un iMac de 21 pulgadas de 2017. Comparada con la década que he pasado entre portátiles, mi experiencia no podría haber sido más diferente.
Una cuestión de espacio en todos los sentidos
Por mis manos han pasado portátiles de 14, 17, 15 y 13 pulgadas, todos Dell salvo el último, un MacBook Pro de 2011. A excepción del portátil de 17 pulgadas, las restricciones de espacio en la pantalla eran una constante que acabas aceptando por la movilidad que te proporciona un portátil. Es una solución de compromiso o un tradeoff, como dicen en inglés.
Sin embargo, este año las cosas han cambiado. Mi MacBook Pro hacía tiempo que no cumplía con lo que necesitaba, una sensación que ya no me pude quitar de la cabeza cuando en julio analicé el MacBook de 2017. Devolver el Mac que califiqué como imposible fue duro para mis ojos, porque cuando pruebas una pantalla retina ya no puedes ir atrás.
Me he mudado tantas veces en los últimos tres años que ya he perdido la cuenta (afortunadamente). La última, la de verdad, tiene una habitación en la que he colocado mi escritorio de trabajo y donde paso la mayor parte del tiempo. Todas estas circunstancias se han dado al mismo tiempo para que al final me haya decidido por un iMac de 21 pulgadas y pantalla retina.
Ahora, con este equipo, se han cambiado las tornas.
Disponer de una pantalla de 21 pulgadas hace que te plantees cómo trabajabas y cómo puedes trabajar a partir de ahora. El espacio extra hace que ahora cobren sentido para mí algunas características de macOS que jamás había utilizado:
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Mission Control está pensado para un Mac con una pantalla grande, especialmente cuando utilizas muchas ventanas abiertas al mismo tiempo en el escritorio.
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La pantalla dividida es una forma fantástica de aprovechar el espacio cuando necesitas escribir y leer al mismo tiempo sin tener que estar constantemente saltando de pestaña en pestaña.
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Utilizar las apps a pantalla completa era una norma con mi MacBook Pro, ahora suelo dejar más apps en el escritorio.
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Contar con las esquinas activas me permite bloquear el Mac, acceder a las notificaciones y widgets, iniciar el Launchpad o el salvapantallas. Algo que jamás me había planteado con el MacBook Pro porque casi todas esas funciones se pueden hacer con el trackpad.
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Ciertas apps de terceros que gestionan espacios o agrupan utilidades cobran un nuevo sentido para mí.
Quienes tengan un iMac verán todo esto como algo normal, pero para quien lleva más de una década moviéndose de forma exclusiva con un portátil es como si de repente descubriera que tiene un brazo más que nunca había utilizado.
Teclado, ratón y pantalla independientes
Tal vez esto sea obvio de decir, pero de nuevo es algo que en con un MacBook no te paras a pensar. Un iMac tiene teclado, ratón y pantalla independientes. Puedes colocar el teclado en la posición que quieras y el ratón tenerlo al alcance a su derecha (o izquierda si eres zurdo). Y no debajo del teclado.
"¡Mira, los puedo levantar y poner donde quiera!" he llegado a pensar sin que nadie me viera levantarlos en el aire. Es una sensación que te libera después de tantos años de tiranía de un portátil: aquí la pantalla, debajo el teclado y después el ratón. Lo tomas o lo dejas.
Los nuevos periféricos inalámbricos del iMac tuvieron sus críticas debido a que ahora es necesario cargarlos cada cierto tiempo. En mi experiencia, sólo lo he hecho un par de veces en los casi dos meses que llevo con ellos (en ninguna ocasión se ha agotado del todo su carga). Es cierto que cargar el Magic Mouse lo deja inoperativo mientras se carga, pero de momento no he tenido ninguna circunstancia en la que me haya supuesto un problema.
El Magic Keyboard me resulta mucho más cómodo que el de mi viejo MacBook Pro. Menor recorrido, más estabilidad al escribir y diría que las teclas son ligeramente más grandes. Volver al Mac portátil me cuesta y noto cómo las teclas bailan bajo mis dedos.
Donde sí he tenido momentos de pánico durante los primeros días ha sido con el Magic Mouse. Moverme en listas o páginas web es fantástico con un solo dedo, pero dejar atrás algunos de los gestos multitáctiles del trackpad es difícil. Por ejemplo, el pellizcar para hacer zoom era algo que he utilizado siempre en Vista Previa para editar fotos y que ahora debo hacer con los botones - y + de la propia app.
Por otro lado, gestos como el de invocar el Launchpad o las notificaciones se resuelven con las esquinas activas que ya hemos comentado.
Una cuestión también de precio
A nadie se le escapa que los nuevos MacBook Pro han subido de precio. Para alguien que compró el suyo en 2011 a un precio de unos 1.500 euros, buscarle un sustituto similar supondrían 350 euros más. 600 euros más si optas por el modelo con Touch Bar, Touch ID y 4 puertos. Y sigues restringido a una pantalla de 13,3 pulgadas.
Nuestro compañero Miguel López contaba cómo un Mac portátil unido a una pantalla externa es una posible solución si lo que quieres es tener más espacio de trabajo. Sin embargo, esta configuración no me parece demasiado cómoda ya que necesitas un teclado y ratón adicional si quieres despegarte del Mac, además de tener que quitar y poner el cable de conexión si te lo llevas a algún sitio.
Además de que una pantalla 4K decente supone un gasto adicional importante. De todos modos, aún conservo el MacBook Pro de 2011 para reuniones (su pantalla hace que lloren mis ojos) y el iMac tiene todo lo que necesito en un único paquete. Sin cables ni configuraciones incómodas.
Aunque mi idea es dar el salto al iPad Pro en el futuro.
¿Es esta la configuración del usuario de Apple del futuro?
Mi idea es sustituir el MacBook Pro de 2011 por un iPad Pro básico para reuniones en un futuro próximo, para completar las diferentes situaciones en las que trabajo. El MacBook Pro sigue funcionando, aunque su batería está a punto de decir basta. También debo reconocer que hacía tiempo que me apetecía volver al iPad.
Los nuevos modelos Pro unidos a iOS 11, hacen que sea el mejor momento para hacerlo. Es más la curiosidad por ver cómo se trabaja, qué hábitos hay que cambiar y cuáles son las posibilidades y límites del tablet de Apple.
Como hemos dicho en otras ocasiones, no se trata de querer hacer todo lo viejo en un dispositivo nuevo. No es un sustituto sino una alternativa, con cosas que se hacen igual, otras nuevas, otras que no se pueden hacer y otras que requieren un cambio por parte del usuario.
Al contrario que muchos usuarios tecnológicos, me gusta el cambio. Probar cosas nuevas, hacer las que ya hago de forma diferente y plantearme cómo mejorar o cambiar mis flujos de trabajo. Por esa razón, el iPad Pro me hace ilusión y espero con ganas poder descubrir por mí mismo cómo es su funcionamiento diario.
Con independencia de todo esto y viendo las diferentes opciones actuales, creo que esta configuración de equipos puede ser la elección de más usuarios de los que pensamos de cara a futuro. Un iMac para el trabajo más exigente, un iPad Pro (o un iPhone) para movilidad absoluta. No suena tan descabellado.
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