Para muchos, el iPhone es uno de los dispositivos más importantes en nuestro día a día. Siempre está ahí cuando lo necesitamos, listo para cualquier cosa. Desde consultar las redes sociales y ser más productivos cuando estamos alejados de un Mac hasta distraernos en la cola del supermercado o en el transporte público.
El iPhone es, más que cualquier otro producto informático, algo imprescindible. Por mi experiencia, una de las grandes limitaciones de este terminal y de los smartphones en general, es la cantidad de datos que tenemos contratados. Hoy se cumplen siete días de mi cambio de operador a otro con una tarifa ilimitada. O casi. En todo este tiempo, así ha cambiado el uso que le doy a mi iPhone.
Una operadora para toda la vida
A excepción de un breve coqueteo con un competidor, llevaba casi toda la vida con uno de los grandes operadores de telefonía en España. Dicen que el roce hace el cariño. Los roces fueron numerosos, pero con el paso del tiempo uno acaba identificándose con su compañía. O al menos, se vuelve indiferente.
Esa relación tiene su máxima expresión en las permanencias. Renuevas móvil a cambio de la promesa de continuar en la compañía telefónica durante 24 meses, bajo penalización en caso de ruptura anticipada del acuerdo. Mi compromiso terminó hace más de cuatro años, momento en el que decidí comprar un iPhone libre.
La idea era tener la posibilidad de cambiar de operador para conseguir mejores condiciones en la tarifa era una idea atractiva. Lo cierto es que tanto por contraofertas de la operadora como por errores de la nueva compañía, al final me mantuve más tiempo del que pensaba con la opción que había tenido toda la vida. Pero eso se acabó hace una semana.
El vértigo del cambio
Permanecer en la misma compañía era algo cómodo. Tenías la certeza de que, al tratarse de uno de los grandes, el servicio iba a ser bueno. La cobertura de datos de alta velocidad en mi iPhone era la principal ventaja. Pero con el paso del tiempo, otros operadores menores se han puesto al día y proporcionan cobertura decente en las principales ciudades.
Esto, unido al hecho de que en los últimos doce meses he sobrepasado varias veces el límite mensual de datos, decidió la balanza del cambio. El uso que he hecho de mi iPhone fuera de una red WiFi era cada vez más elevado, quedándome a la intemperie varias veces durante mi estancia en Canadá. En este país, las tarifas de móvil ya son bastante caras como para pagar más por un puñado de megas adicionales.
A mi vuelta a España decidí cambiar de operador. La oportunidad se presentó con el relanzamiento de una tarifa comercializada como "infinita". En realidad no lo era, pero la cantidad de gigas disponibles cada mes hacían que fuera casi un sinónimo. El cambio de operador generaba numerosas dudas: ¿tendré la misma cobertura?; ¿darán un buen servicio?; ¿y si me equivoco y pierdo la antigüedad para pasar a algo peor?
Al final, el cambio me dio vértigo. Pero por razones que no esperaba.
Un iPhone totalmente nuevo
Apenas han pasado siete días desde que la portabilidad se hiciera efectiva y ya puedo decir que es como si tuviera un iPhone nuevo. He redescubierto de qué es capaz este dispositivo al tiempo que mi uso ha cambiado de manera radical. Ya no tengo ese miedo a que se agote el cupo y tenga que navegar a velocidad limitada durante el resto del mes.
En el tiempo transcurrido he consumido más de un gigabyte y medio, lo cual se traduciría en unos seis al final del mes. Aunque estoy convencido que conforme avancen los días el consumo se acelerará. Así es como he modificado mi costumbre con el iPhone:
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Antes valoraba poder consultar Twitter y Facebook y evitaba la reproducción automática de vídeos. Al activar esta funcionalidad se obtiene una experiencia más inmersiva en las redes sociales.
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Algunos meses en los que esperaba sobrepasar el límite de datos llegué a utilizar compresores de tráfico tipo Onavo. Estos siempre me han dado problemas de velocidad de navegación y calentamiento del terminal. Nunca más.
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He activado la funcionalidad de Asistencia para WiFi, la que causó problemas a tantos usuarios por el consumo de sus datos. Ahora ese límite está tan por encima que puedo beneficiarme de una navegación en mi casa mucho mejor en las zonas de peor cobertura de ADSL.
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Los vídeos y fotos de WhatsApp se descargan automáticamente, sin importar estar en una red 4G. Antes debía seleccionar con cuidado qué quería ver en cada momento o esperar a llegar a una red WiFi para verlo, perdiéndome el hilo de la conversación.
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Comparto más fotos y vídeos con mis familiares y amigos, además de subirlos en alta definición en las redes sociales.
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La "burbuja" de actualizaciones pendientes en la App Store del iPhone es invisible para mí. Al activar su descarga tanto en WiFi como con datos, siempre tengo las apps actualizadas.
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A veces desactivo la conexión WiFi en el iPhone simplemente porque va más rápido con la red de datos.
En definitiva, todas las restricciones que tenía hasta hace unos días han saltado por los aires. El consumo de vídeos en Youtube ha aumentado considerablemente, además de comenzar a ver capítulos y películas en Netflix en cualquier parte. Tener esta tarifa de datos ha cambiado el uso que doy a mi iPhone para siempre.
Aunque no ha venido sin sus propios inconvenientes. La duración de la batería se resiente cuanto más navegas mediante 4G y el hecho de utilizarlo para hacer más cosas duplica la presión en este apartado. El iPhone 5s que ha sido mi fiel compañero desde hace más de dos años tiene una batería con más de 800 ciclos de carga, y aún tiene que durar hasta la siguiente generación del iPhone.
A pesar de esto, si hay algo que he aprendido durante estos días es que nunca se tienen suficientes gigas de datos. Al final, el uso que le damos al iPhone acaba adaptándose a los nuevos límites.
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Imagen | Christiaan Colen.
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