Aquella habitación era una más como otras tantas en el edificio, algo pequeña para ser una antigua sala de reuniones y condenadamente inaccesible - no tenía ni siquiera una ventana. El servicio de limpieza no tenía acceso a ella. “No hace falta limpiar aquí, sólo hay trastos que necesitamos guardar en algún sitio y que no vamos a utilizar más” comentó alguien de Apple ante el más que probable gesto indiferente del responsable de facilities de la compañía de Cupertino.
Por dentro, olía a café, pizza y había más gente de lo que cualquier departamento de recursos humanos hubiera considerado razonable… si lo hubiera sabido. Algunos empleados de la compañía estaban extrañados - incluso para ser Apple - de la inusual desaparición de personal clave de ciertos proyectos. No era una reasignación de recursos normal. El mismísimo Scott Forstall aparecía cada vez más a menudo en la mesa de algún proyecto y literalmente “arrancaba” a ciertos perfiles de lo que estuvieran haciendo. Fuera lo que fuese. Ante el estupor de los jefes de proyecto que no tenían una respuesta clara de a donde iban esas personas. “Sólo he visto esta situación otra vez en esta empresa, y fue cuando lanzamos el Macintosh en 1984”, comentaban algunos históricos de la empresa. No les faltaba algo de razón.
Dentro de aquella habitación estaban todas esas personas. Muchos de ellos tuvieron que decir que trabajaban en proyectos que no existían, y tuvieron que cancelar vacaciones, lunas de miel y horas de sueño. En la puerta, se colgó un cartel de la popular película El Club de la Lucha: “La primera regla del club de la lucha es que no se habla del club de la lucha”, toda una declaración de intenciones. Encima de la mesa, un muñeco de peluche con forma de kanguro, de color púrpura. Aquel color se convertiría en el nombre del proyecto para evitar cualquier relación con lo que estaban relacionando: Project Purple 2.
Aquel “2” tenía todo el sentido el mundo. Fue debido al primer día que Steve Jobs vió un prototipo de lo que iba a ser el proyecto original, una pantalla multitáctil de tres capas con movimiento inercial para un proyecto distinto.
“¡Esta tecnología es increíble! Pero no vamos a utilizarla por primera vez en una tablet.
Vamos a crear un teléfono.”
Reinventando el teléfono, todos ellos
Desde el lanzamiento del iPod en 2001, Apple sabía que tenía hacer algo con los teléfonos. En aquella época, todos los que tuvimos iPod también llevábamos móvil - algunos, los primeros teléfonos inteligentes que permitían conectar a una primitiva web y juegos muy simples basados en tecnología java. Como compañía, debían enfrentar también otro escenario: que en algún punto los teléfonos inteligentes tuvieran la suficiente capacidad para reproducir MP3 y sus clientes decidieran eliminar los iPod de sus bolsillos.
El escenario no era fácil, pero tampoco había un claro ganador, más allá de las Nokia y BlackBerry que copaban el marcado pero no evolucionaban el concepto. “Necesitamos llevar los contenidos que podemos tener en un iPod, en un teléfono inteligente”, comentaba Phill Schiller a sus equipos. El primer intento no fue un producto interno: hablaron con Motorola, que perseguía a rebufo a las dos grandes marcas de móviles de la época, para meter iTunes en un nuevo teléfono llamado ROKR.
No funcionó: Eddy Cue, vicepresidente de iTunes, sólo consiguió poner en aquel Motorola sin alma poco más que las carátulas a color de sus álbumes, un doble altavoz estéreo y un micrófono para manos libres. Muy lejos de la experiencia de nueva generación que querían conseguir. Años luz de lo que imaginaba Steve Jobs, que pedía un proyecto que presentara un reto para la empresa y que decidiera el futuro de la misma como lo hizo el Macintosh. Un nuevo 1984, un teléfono inteligente para “el resto de nosotros”. Quizás por eso vió la oportunidad perfecta en el Project Purple que iba a ser un iPad, y acabó convirtiéndose en Project Purple 2… “Creamos el teléfono inteligente que queríamos comprar” declaró Scott Forstall años después del lanzamiento el iPhone original.
Presentar el iPhone, sea como sea
Greg Christie, responsable del equipo del iPhone original, hubiera querido proponer a Jobs lanzar anunciar el nuevo producto algunos meses más tarde. Al fin y al cabo, nadie esperaba algo así. Pero también sabía que aquello era imposible: seis días antes del 9 de enero de 2007 la presentación ya estaba escrita y llevaba ensayándose sin parar. Sin embargo, el iPhone jamás había funcionado bien en ninguna de ellas. Y no quedaba tiempo material para hacer nada.
El dispositivo no estaba acabado aún, el sistema operativo se colgaba en ciertos puntos y a pesar de los tres iPhones de respaldo que había preparados para la presentación, nadie apostaba que fuera a salir bien. Sin embargo, el equipo fue capaz de detectar el orden en el que el iPhone “podría” funcionar sin colgarse: no era lo mismo enseñar la app de música y luego la de correo, que viceversa. Esto determinó el orden final de la presentación, y por eso Steve Jobs presentó antes unas funcionalidades que otras. No fue capricho: es que si hubiera sido de otra forma, el teléfono se hubiera colgado. Cualquiera de los tres que tenía en el escenario.
Jobs, tampoco quería que la conexión a Internet fallara, así que ordenó a AT-T poner una antena móvil en las afueras del edificio. Unos días antes tuvo la idea de llamar en directo en plena keynote a un Starbucks para demostrar las capacidades técnicas del producto y un fallo en este punto hubiera sido catastrófico. Además, pidió al equipo de desarrollo que las barras de cobertura siempre se mostrasen completas, ya que el subsistema de antenas internas aún no estaba completamente cerrado.
Hoy, exactamente 15 años después de este momento, recordamos como Jobs y Apple cambiaron el mundo con un teléfono que marcó el inicio de todo lo que vendría después: las tiendas de aplicaciones, las redes sociales e incluso el feedback que ganarían los Mac - con logros tan increíbles como el diseño de los procesadores propios que la compañía comenzó con el iPhone 4: los Apple Silicon y su primer exponente como han sido los M1.
En mi opinión, uno de los momentos más bonitos de la compañía, y que más suelo recordar de Jobs fueron los trece segundos previos al anuncio del iPhone original. Esos trece segundos donde Jobs sabía que volvería a cambiar el mundo, y pareció paladear con sumo cuidado. El momento que se reservó para él antes de anunciarlo al mundo.
Vaya si lo hiciste.
Gracias Steve.
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