Se trata de un término que se emplea como arma arrojadiza en muchas ocasiones, y en la jerga popular (no lo encontrarás en la Real Academia ni en ningún diccionario) se entiende como alguien que ama una marca de forma irracional y la defiende a capa y espada por encima de todas las cosas. Este perfil de cliente-devoto no atiende a razones cuando alguien critica sus colores y no duda en atacar sin piedad a sus rivales.
Estamos empleando los términos 'ataque' y 'defensa' de forma deliberada, puesto que en este fenómeno los enfrentamientos se viven como una forma de guerra en la que hay que defender las posiciones a muerte. Y todo esto no tendría mucho sentido si no hubiera un ingrediente crítico: los sentimientos. En este enfrentamiento no ganan ni pierden los que se enfrentan, sino que los verdaderos ganadores se encuentran en segundo plano alimentando esta pugna.
Convertir a los consumidores en fans
¿Se trata entonces de una estratagema organizada por las marcas para fidelizar a sangre y fuego a sus clientes? Xavier Oliver, catedrático en marketing por el IESE Business School, no tiene dudas sobre el asunto: "convertir a los consumidores en fans" es una de las grandes aspiraciones de las principales marcas, que hacen además todo lo posible por lograrlo. Y hay claras motivaciones económicas tras ello.
"Las marcas hacen en realidad lo que hacen los novios: tratar de complacer a su pareja", explica. Los fabricantes hacen lo propio: tratan de demostrar que les importas y te hacen sentir especial para que luego se creen unos vínculos emocionales inquebrantables. El catedrático establece el paralelismo con el mundo del fútbol: "si eres de un equipo, lo serás siempre", y aunque en el mundo de la telefonía estas fronteras no son tan férreas, romper los lazos con las marcas resulta complejo.
¿Un 'fanatismo' que borra la razón?
Entendemos la perspectiva del asunto desde un punto de vista económico: establecer barreras de salida para un cliente resulta altamente rentable para la marca, o lo que es lo mismo, fidelizarlo. Ahora bien ¿puede realmente el consumidor llegar a efectuar una compra irracional por este fenómeno? Nos tememos que sí: entra en escena la ancestral pertenencia a grupos que termina por doblegar la razón. El ser humano tiende a vincularse emocionalmente con grupos y lo hace desde siempre por una cuestión de supervivencia.
Lifehacker lo explica bien: uno se adscribe a un grupo y casi sin darse cuenta, comienza a potenciar lo positivo del mismo, y de la misma manera, minimizar lo negativo. Este comportamiento explica por qué algunos seguidores de iPhone o Android priman la defensa a ultranza de su plataforma pese a que en algunos aspectos sea inferior.
¿Es posible no ser un 'fanboy'? Si logramos esquivar los cantos de sirena de los fabricantes y nos mantenemos fríos frente a sus intenciones de tocar nuestra parte emocional, habremos ganado una batalla, pero no la guerra. Las marcas juegan con otra baza, casi definitiva: los costes del cambio. Haciendo unos rápidos números uno se da cuenta que ha invertido un dineral en aplicaciones y accesorios para su móvil ¿Para qué cambiar a estas alturas? El cambio da pavor y entra en juego la irracionalidad: comenzaremos a ver nuestro móvil con mejores ojos... aunque sea inferior.
Imagen | BGR
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