Dos hombres en un garaje.
“Necesitamos un nombre para nuestra compañía“ – Wozniak miró a Jobs con una sonrisa, pensativo. Él no le devolvía la mirada. Cualquiera que fueran los mecanismos que conectaban sus pensamientos, estaban ahora mismo en otro lugar. Quizás hubo unos instantes de silencio, y luego algunas palabras que no eran más que eso, palabras.
Entonces Jobs miró a Wozniak fíjamente, a los ojos. “Apple Computer“. Lo primero que contestó a eso Steve Wozniak fue “¿Y que pasa con Apple Records, la discográfica de los Beatles?“. Entre ambos intentaron encontrar nombres más tecnológicos que sonaran mejor, pero no pudieron pensar nada. “Apple” era mucho mejor, mejor que cualquier otro nombre que pudieran imaginar. Su compañía se llamaría Apple. Su compañía debía llamarse Apple.
Ambos sonrieron.
No se trata del largo plazo, no hay planes para el futuro más que un uno: Mirar alrededor. De vez en cuando, la humanidad encuentra personas que son capaces de ver cosas que nadie más ve. De escuchar canciones que nadie más ha oído. Y en cualquier momento surge todo, en un día normal, en una tarde normal, algo marca profundamente la historia de la humanidad. Solemos llamar a esos hombres rebeldes.
Sin embargo, y esto es todavía más extraño aún, algunas semanas después de esa idea, de esa visión surge otra. No otra cualquiera, sino aquella que araña con fuerza el tejido en el que todos vivimos. Algunos se sorprenden y de repente miran a quien ha sido capaz de tener una idea semejante. “Está loco”. Son los locos.
Pero la idea no se detiene. Y crece, se alimenta de otras y se convierte en algo vivo. Se transforma en algo que golpea la realidad y que a muchos incomoda. Esa persona es capaz de tener esas ideas y de luchar, y gritar a viva voz a la cara de quien se opone a ella. Son los que causan problemas.
Pero algunos son capaces de algo más: Hacer que otros los entiendan. Que comiencen a ver las cosas de forma distinta, que entiendan la visión que un día comienza con una chispa y acaba magullando conciencias.
En un mundo de pensamientos normalizados, súbitamente alguien que piensa diferente.
La pelea contra las reglas no es vana. No es sencilla, pero el carácter inspirador de la idea consigue que la gente cambie y que en ese momento nazcan cosas maravillosas.
Pero nadie espera que, cada cierto tiempo, haya una persona que tenga algo más. De esa persona de la que nadie esperaba nada comienzan a brotar ideas que mueven el mundo. Y es imposible detenerlas. Son capaces de empujar a la raza humana, de hacer que germine la creatividad en otros, de empujarnos a pensar por un instante, un día, en un segundo, que no seríamos los mismos hoy sin ellos. Y por eso son tan excepcionales.
A estas personas los llamamos genios.
Steve Jobs era uno de ellos.
Los genios nunca desaparecen. Siempre nos dejan un legado en forma de obras, de palabras, de acciones que nos enriquecerán toda la vida. Y aún así, eso no es lo más importante. Lo que importa hoy, ahora, es que si alguna vez las ideas de Jobs os han inspirado, si han influido en algún aspecto de vuestra vida, comencéis a ponerlas en práctica ya. Ahora.
La mejor forma de honrar la vida de un genio es propagar sus actos, dejar que sus ideas nazcan y crezcan en nosotros, de permitir que el mundo cambie gracias al impulso que nos dió. Como si todo formara parte de un plan para que todos crezcamos juntos.
Enfrentaos al mundo tomando a Jobs no como ejemplo, sino como punto de partida.
Sed mejores a cada segundo.
Ese, sin duda, es el mejor homenaje que podemos hacerle a un genio.
Descansa en paz, amigo.
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